Cuando la soledad se convierte en tu mejor aliada
Si alguna vez viajaste solo y se lo contaste a familiares o amigos, es probable que te hayas enfrentado a comentarios que ponían en duda tu decisión. Preguntas como «¿Estás seguro de hacerlo?» o miradas de extrañeza, como si fueras un bicho raro, pueden hacerte sentir que hay algo «mal» en esta decisión. Lo peor es que estos comentarios refuerzan dudas que quizá ya rondaban por tu cabeza.
La soledad suele generar miedo porque es un estado poco habitual en nuestra vida. Como seres humanos, somos sociales por naturaleza; desde que nacemos dependemos del cuidado y la mirada de otros para sobrevivir, y crecemos rodeados de personas. Además, la sociedad nos impulsa constantemente a estar, como mínimo, de a dos: promociones 2×1 en el cine, hoteles con base doble, excursiones con un mínimo de dos participantes, mesas para dos en restaurantes. Este modelo refuerza la idea de que la soledad es algo negativo, generando ansiedad y la sensación de que hacer cosas solo está mal o es un error.
Sin embargo, esta percepción es errónea. Aunque vivimos en comunidad, los dos momentos más trascendentales de la vida, el nacimiento y la muerte, los atravesamos solos. La soledad es una condición humana que nos acompaña a lo largo de nuestra existencia, lo que explica por qué a veces podemos estar rodeados de personas y, aun así, sentirnos solos.
Viajar solos nos enfrenta, en algunos momentos, a una soledad absoluta, obligándonos a encarar aquello que más tememos: a nosotros mismos. Se podría decir entonces que, en realidad, no estamos solos; nos acompaña nuestra voz interior, ese ser que va con nosotros a todas partes. El verdadero desafío radica en permitirnos habitar esa soledad, escucharnos y aprender de lo que tenemos para decirnos.
Esos momentos de soledad, pueden ser de introspección, donde aprendemos a conocernos, a reconocer nuestras necesidades y deseos, a escuchar nuestro cuerpo y a descubrir lo que realmente nos gusta y queremos. Cuando silenciamos las voces externas que nos dicen qué debemos hacer o qué es correcto, nos damos la oportunidad de conectar con nuestro verdadero ser. Por eso, viajar solo, puede ser un gran aprendizaje: elegimos a dónde ir, cómo queremos hacerlo, cuándo queremos estar rodeados de gente y cuándo preferimos la propia compañía. Aprendemos a habitarnos, a valorarnos y a enfrentar nuestros miedos.
Viajar solo no es sinónimo de estar solo. Es, más bien, una oportunidad para encontrarnos con nosotros mismos. Porque al final del día, la relación más profunda y duradera que tendremos es con uno mismo. Aprender a disfrutar de nuestra propia compañía, a escucharnos y a atender nuestras necesidades nos permite vivir con mayor plenitud y autenticidad, comprendiendo que no necesitamos de otros para ser felices. Y en ese proceso, descubrimos que la soledad no es un vacío, sino un espacio para el autoconocimiento, la libertad y el crecimiento personal.