¿Cómo se ve afectada nuestra identidad en el proceso migratorio?
Mucho se ha hablado sobre cómo se conforma la identidad durante la infancia y la adolescencia. Sin embargo, este concepto no es inamovible; por el contrario, todas las experiencias que atravesamos a lo largo de la vida continúan moldeándolo. Una de las vivencias que más impacta en la identidad es la migración. ¿Por qué sucede esto? Empecemos por el principio…
La identidad es la respuesta a la pregunta: ¿quién soy? Es la percepción subjetiva que cada persona tiene de sí misma. Desde el nacimiento hasta la adultez, se va construyendo a partir de la relación con el entorno y se moldea a través de experiencias, vínculos, creencias, valores y el contexto sociocultural en el que se vive. Así, se desarrolla una forma única de ver el mundo y de verse a uno mismo.
Cuando alguien decide migrar, pierde los roles que desempeñaba en su país de origen, ya sea como miembro de la familia, del trabajo o del grupo de amigos. Al no tener en el nuevo contexto esos roles que lo definían, puede sentir que en el nuevo país «no es nadie», lo que genera un sentimiento de “no pertenencia”, ya que no hay personas que confirmen su existencia. Al enfrentar este entorno desconocido, en el que falta aquello que lo definía y reforzaba, la identidad comienza a tambalear. Todo lo que antes se creía con seguridad se pone en duda, y la identidad, tal como se conocía, se rompe. Es aquí donde comienza el proceso de rearmarla nuevamente.
En esos primeros momentos en el nuevo contexto, la duda sobre uno mismo se hace cada vez más constante. Puede aparecer angustia, una sensación de estar perdido, de no saber qué hacer o hacia dónde ir. Incluso, en algunos casos, se comienzan a establecer relaciones con las personas y el entorno a través de comportamientos que quizá ya no eran familiares, recurriendo a mecanismos adquiridos durante la infancia y con los primeros con los que nos relacionamos con el mundo. El cerebro interpreta que, si funcionaron una vez, pueden ser útiles en este nuevo entorno también.
A medida que este nuevo contexto se vuelve más familiar, uno se encuentra con la libertad de elegir qué actitud tomar frente a la nueva cultura y cómo reconstruir la identidad. Poco a poco, se toman las piezas que se desean conservar, se dejan atrás aquellas que ya no representan o no se necesitan, otras son cuestionadas y modificadas y se adquieren nuevas de la cultura actual. De este modo, se reconstruye la identidad, que siempre estará en movimiento.
Por ello, podría decirse que el proceso de migrar, en muchos casos, acerca a la versión más genuina de uno mismo y da la posibilidad de elegir la vida que realmente se quiere, pudiendo dejar a un costado muchos mandatos impuestos que quizá ya no resuenan con el verdadero deseo.